Rabiosa. [ Libre]

Era interesante. Saber que una imagen en tu cerebro puede cambiarlo todo, o no cambiar nada.
Si esa misma foto, comienza a expandirse, se forma lo que se considera inspiración. Y hacía tiempo que algo muy grande rondaba mi cabeza, taladrándome día y noche. Sin descanso.
Y era terrible, pues era difícil encontrar el lugar idóneo para poder plasmar mi pensamiento; pero finalmente, el aula de arte se había quedado vacía, todos habían ido a comer.
No sentía hambre, bueno miento, tenía hambre de lienzos y pintura; color rojo y blanco; solo un pincel y yo.
Esperaba que nadie me interrumpiera, y mucho menos un profesor. Pero no sabía de ninguna norma que negase el derecho de los alumnos a permanecer más tiempo en las aulas.
Tampoco me importaba si incumplía las leyes de la escuela, o no.

Con pincel en mano, pinturas en diminutos tarros de cristal guardado en una bolsa de lona, y el futuro cuadro que ahora está en blanco; lo coloqué todo en una mesa mientras me internaba en una clase. La de arte.

Aparentemente estaba vacía, aunque... para que mentir, estaba completamente desconectado de mi alrededor y lo único que tenía en mente era pintar un agradable cuadro para enviárselo a mi familia.
Coloqué el caballete de abedul en una posición donde los rayos del sol de este medio día, hacía brillar el color blanco inmaculado de éste.

- B-buenas tarde. Siento mucho si molesto. Me dirigía a la chica de cabello castaño. Parecía enfadada, pues su alma lo reflejaba con ligeras agitaciones del su aura.

No, no, no, no. Pensé frustrada cuando escuché una voz masculina a mi espalda.
¿Por qué siempre me sucedía lo mismo? En ese tipo de colegio, donde tantos alumnos viven juntos la mayor parte del día, nadie podía estar solo en ninguna parte. Maldita privacidad ¿ Dónde quedaba?

- No creo que sientas mucho interrumpirme. - Manifesté con no las mejores intenciones del mundo. Estaba rabiosa. Soné más huraña que de costumbre, y ácida.
Y sí, comprendía que el chico quisiera plasmar su inspiración en un lienzo, los artistas se comprenden entre ellos, pero yo solo quería una tarde para mi sola.

Pero como siempre, el destino me jugó una mala pasada. Ahora solo me quedaba continuar lo que había comenzado y a ver que salía.

Enmudecí tras oír aquello que quizás sonó con acidez, así que lo mejor que podía hacer es no molestar ni hablarla. Seguramente querría silencio, y yo con gusto se lo puedo dar.

- No era mi intención, lo siento mucho... murmuré bajo, sin necesidad de que sonase la voz demasiado alta; pero tampoco muy baja.
Coloqué bien el caballete, y encima el enorme lienzo emblanquecido y nuevo.

Me quedé de pie, quieto como cualquier estatua humana que podría haber en cualquier lugar de ciencia o arte, pensando que debería pintar. ¿Algo de mi país? o... ¿quizás de otro?.
Muchas dudas sobre que pintar y sobre que no... Demasiadas, aún así, no dejaba de sonreír por nada del mundo. Mi sonrisa se quedó grabada para toda la vida en mis labios.

Me había puesto una chaqueta demasiado grande para mí, que me cubría hasta medio muslo. Era de manga larga, pero la remangué hasta el codo, así podía maniobrar mejor con los pinceles. Los rombos azules, negros y grises estabn salpicados en su mayoría por gotas de pintura. Pues usaba esa camisa a menudo para no mancharme cuando dibujaba.

Estaba en la otra punta de la sala, pero me había situado de manera que podía ver lo que hacía el chico de gafas y yo estar de perfíl a él.
Lo mejor de la clase de arte era que casi todas las paredes eran grandes ventanales, por donde la luz entraba a raudales y permitía a los artistas poder disponer del sol en su total medida.

No respondí a su nueva disculpa, sintiendo innecesario hacerlo. Y solo pensé: "ya".
Al principio, utilicé un lápiz muy fino para trazar ténues lineas sobre el lienzo, era solo para no confundirme y tener que repintar la zona. No me gustaba.

Al ver que la chica de cabello castaño ya no respondía, me dispuse a ir directamente al grano de este "asunto". No necesitaba lápiz ni nada para remarcar lo que quería plasmar, ahora lo veo claro en mi mente.

De la bolsa saqué quince pinceles, todos diferente en textura,tamaño y "pelos". Era un buen pintor, un artista que guardaba bajo una facha de un supuesto iluso atontado, un talento innato.
El cuadro que iría a pintar, no era nada del otro mundo : Un cuadro con elefantes dentro de un lago. Los elefantes me encantaban.

Cogí un pincel; pequeño, aparentemente frágil y de tamaño pequeño. Empezaría por lo más difícil en un cuadro; el centro.

Tenía pequeños botecitos de pintura muy líquida, que después de haber esbozado tres o cuatro líneas a lápiz, había usado para untar un pincel y repartir colores en el sitio que más me apetecía, sin orden. Estaba desmantelando mi realidad cotidiana, de esa forma podía comprender el cuadro completo.
Y la pintura brota, en forma de picos negros, remolinos azules y círculos rojos y violetas.
Hasta creo que se escuchan sus voces, como una lenta melodía que crece y crece. Como el sonido de un violín cuando es tocado con pasión y necesidad.
Pero en un extremo había una zona blanca, que nunca pintaba. Lo que estaba creando era una pesadilla, de esas que te hacen pensar y llegar a tus propios miedos, todos los colores te transmiten una sensación diferente. Menos el blanco, ese no duele. Y les oigo, y si lo hago les entiendo.
Luego está el verde, que acapara un amplio trecho del lienzo, que es el miedo.

Podría decir que la chica que esta en la misma sala que yo, tenía las ideas muchísimo más claras que yo ahora mismo. Ya tenía dibujado medio elefante de cinco que tengo que dibujar.
Era muy lento.

Quizás no tuviera tantas precisión e ideales como mi acompañante altanera, pero podría decir que ella tenía talento. Quizás natural.

Seguí haciendo el pequeño elefante de trompa anudada con la de quién quizás es su hermano, pero a pesar de que era una escena algo "graciosa", a mí me daba interiormente pena.
Pues simboliza la pelea entre hermanos, una pelea tan popular hoy en día que no sé porque no se a extinguido como los dinosaurios.

Respiré entrecortadamente. Y de manera instintiva dí un paso hacia atrás. Tropecé con mis propios pies, cayendo al frío suelo de culo. Tenía la mirada desencajada y perdida entre la mazcla de colores de mi pintura.
De mi boca solo salían algunos quejidos nerviosos, muy ténues.
Haciendo un esfuerzo, pude cambiar el rumbo de mis ojos y dirigirlos a la zona del chico, posándolos en su bonito elefante. Me relajé por unos instantes, inspirando aire viciado de la habitación.
Esperaba que no se diera cuenta de que em había caido, por eso mismo no quería a nadie conmigo cuando pintaba. Lo vivía demasiado.

Con mi oído afinado y por mi momento de silencio, pude escuchas la respiración de mi acompañante, era algo así como entrecortada. Quise darme la vuelta para ver si se encontraba perfectamente, pero recuerdo que dijo que no la molestara.
Seguí pintando con tranquilidad y en silencio, pero a su vez, estando al tanto de la morena por si tuviera algún problema.

No tardó mucho, pues noté como algún sonido, aparentemente sordo, sonó mientras no se escuchaba absolutamente nada. Me giré un poco, enarcando las cejas con preocupación y mirando a la chica que estaba en el suelo. - ¿E-está bien? ¿Le ayudo?

-¿Eh? - Su voz me hizo caer en la cuenta de mi pobre estado mental, últimamente la locura había estado acechando demasiado Death City y en especial a mi cuerpo. Quizás debería hablar con Shinigami-sama.
- Dime que ves aqui. - Señalé mi cuadro con un dedo tembloroso y tímido. Necesitaba una respuesta reconfortante de aquel muchacho aparentemente educado y sencillo. - ¿ Qué obserbas? - Volví a preguntar en un susurro miedoso.
Era como esas cosas que hacen los psicólogos de enseñarte una imagen borrosa y preguntarte qué te sugiere. Me concentré en la cara del moreno, intentando alejarme del terrible cuadro que había creado.

La veía tan confusa, que podía atisbarse en mi rostro quizás un aire de compadecencia o quizás pena. - ¿Eh? Al principio no pillé lo que quiso decir la chica, pero después se refería al cuadro; ese cuadro que para mí era extraño.

- ¿Una odisea, quizás? Aventuré con una agradable sonrisa mientras miraba el cuadro. Era un cuadro raro, distinto...quizás abstracto. ¿Qué podría decirle?. Lo abstracto no es lo mío, pero... ¿quién sabe?. A lo mejor le he dicho la respuesta correcta.
Aún así, no dejo de sonreír; amable y simpático.

-¿ Una odisea? - Esa sugerencia se clavó en mi mente como un balde de agua muy fría. Y sin poderlo evitar, solté una tremenda carcajada. No era una risa feliz, si no más bien histérica y algo metalizada. Había sido una respuesta muy interesante, y era extraño que la dijera con una sonrisa tan amable.
Como si hubiera sido lo primero que pasó por su mente y no hubiera asimiliado que había dicho un sinónimo de "tragedia".
Cuando ya me calmé, pude mirarle fijamente sin volver a reír.
- ¿ Cual crees que es el color que más sufre?

Al escuchar su pregunta sobre la respuesta lanzada, me encogí de hombros con un aire conformista. ¿Acerté quizás?. Quien sabe... Porque en ese momento, la chica empezó a reírse
provocando en mí un gesto de "guasa", aunque bastante "raro".

- Opino que... los remolinos azules y los círculos rojos y violetas Aventuré sin acabar de decir mis respuesta. - Creo que... son colores que representan bastante intención en su tono y formato. Volví a sonreír como antes, con esa amabilidad que no se borra ni aunque quiera.
En mi país, los tres colores que empleó, simbolizando tres tipos distintos de dolor en la pintura:
El azul representaba un dolor psicológico que se empleaba para que la gente viera el sufrimiento ajeno de otras personas, preguntándose a su vez, si habría ayuda.
El color rojo, representa el dolor físico. Ese dolor cuando una hoja corta algún miembro del cuerpo del sujeto y sangra. Ese color no me gusta...
Y luego, el violeta, para mí es la violencia. Sí, es igual que el dolor físico.
Pero el morado sería algo así como el dolor en silencio, sin esperar que nadie más lo vea.

Su cuadro, me trasmite dolor y a su vez distanciamiento. ¿Porqué lo ha pintado de esta manera en lugar de usar colores alegre y vivos?

- Desguaza todo un poco más... ¿ Qué historia le pondrías? Todos los cuadros tienen una historia. - Me encogí de hombros mientras me levantaba como si nada hubiera pasado. Algo en mi interior me estaba impulsando a intentar llegar más al fondo de aquel chico de sonrisa eterna. ¿ Estaría sonriendo aunque le arrancase un dedo? Podría ser posible y todo.

- La historia es como una rueda, nunca deja de girar... Y los peores tiempos, al igual que los mejores, siempre pasan. - Miré mi pintura como quién obserba a un animal enjaulado, cuidadosamente, pues esa fiera es peligrosa.

- A todo esto... ¿Tienes un pitillo?

Reí un poco ante su explicación. Era muy interesante encontrar y escuchar a gente que tiene distintos puntos de vista. Puntos de vista, realmente importantes para los artistas.
- Es muy interesante tu punto de vista. Añado con un tono alegre, acompañado de la eterna sonrisa.

- Si yo tuviera que ponerle una historia; sería algo como... : Una historia donde las expresiones son fáciles de sentir como témpanos de hielo, hilados en unas espirales eternas de tono azulado. Empiezo a decir, pero aquello último que dijo la italiana, me cortó literalmente lo que iba a decir.
- ¿P-pitillo? Ladeé la cabeza, confuso por el nombre de lo que pedía la morena.

Resoplé incordiada por aquella pregunta tan sumamente estúpida. El viento entró por las ventanas abiertas, jugando con los rayos del sol de mediodía que dejaban a los artistas tener una gran visibilidad para plasmar sus obras de arte.

- Un cigarrillo, un cigarro. Un pitillo. - Con simpleza y sin más dilación, hice un gesto con la mano sobre mi boca, a escasos milímetros. Tal y como si estuviera fumando algo invisible.
- ¿Tienes o no? - Estaba prohibido hacerlo en la escuela, pero yo no iba a decir nada, y seguramente él tampoco. Además de que no había nadie cerca, todos estaban comiendo.